2 de Agosto


Muerte de Alexander Graham Bell.

La llamada trémula de los novios, ateridos de frío en las cabinas, surcando una península combatida por la nieve. La llamada única del detenido que aseguran los derechos federales en todas las películas de Hollywood. La llamada del acosador, del pervertido en traje de chaqueta. La voz de tu madre en el teléfono, la última llamada de tu padre. La llamada que anuncia una tragedia o informa un nacimiento. El impasible contestador de voz metalizada. La llamada culpable de los delatores. La moneda única que se traga la máquina. El Teléfono Rojo, hacia Moscú volamos. La llamada que eternamente comunica. Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi. La tensión de los cables submarinos y su haz de fibra óptica iluminando las aguas abisales. La reverberación permanente de las antenas en el panorama urbano de las azoteas destruidas. Las llamadas que repiten los satélites flotando en la órbita solitaria de la tierra. La última llamada en el teléfono móvil del cadáver, la que resuena en el nicho, acabado el entierro: “Mr. Watson, come here. I want you”.


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