14 de Agosto


Macbeth asesina a Duncan I de Escocia.

Decir Macbeth es congregar la sangre negra de las cronologías en el crisol de las parcas, es asesinar al sueño en una noche presidida por los delirios de Goya y las veleidades célticas de los prerrafaelitas, es teñir de escarlata el bosque de Birnam, en desfile perpetuo ante los decorados herrumbrosos de Orson Welles, con sus runas deslucidas y las cruces rotas de piedra cartón. Decir Lady Macbeth es extender el tartán sobre la Piedra del Destino para invocar la sonrisa diabólica de Clitemnestra, doctora del crimen meditado, es insuflar la bruma de Caledonia en los fantasmas descatalogados de las Tierras Altas, es escuchar un alarido en la abadía abandonada mientras el viento insondable de Shakespeare ulula en dolby surround a través de las ventanas desnudas, las mismas troneras por donde los espectadores aburridos escrutan con sus gemelos el Lago Ness desde el patio de butacas. 


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