3 de Enero

Nietzsche besa al caballo e ingresa en la locura.

Hemos visto al caballo galopar la mañana, lanzar coces coléricas como chorros de fuego, las crines irisadas con un brillo de sangre y las patas violentas golpeando a los Cielos. Indómita fiereza desbocada en las olas. Lo mismo que un apóstata blandía el puño a lo alto, abjuraba de la Fe con relinchos blasfemos. Un sol desaforado encendía en la grupa de aquel potro del Hades las llamas del Infierno. Únicos espectadores, en la playa, los locos, con las túnicas blancas de los días de fiesta, con un asombro antiguo y una viva demencia contemplamos gozosos aquella hora elegida.

Pero otra vez las nubes, saltando de los mares, acabaron el fulgor y borraron los brillos; una Voz apacible amansaba a la bestia y apagó las hogueras del animal maligno. Como un alma serena en el aire salobre, mirábamos al dios alejarse en la playa: sólo había los humos de un ocaso abatido. Llorosos, humillados, de vuelta al manicomio, rompimos los altares y quemamos al ídolo.


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