21 de Enero

Santa Inés.

Enero blanco.
El brezo prende mechones
de lana en los colmillos acerados,
la escarcha inmaculada
se ha teñido de púrpura,
de violeta,
gota a gota
el cuello yugulado del Cordero,
colgado de un garfio impunemente,
ha impregnado la tierra con su sangre
qui tollis pecata mundi.

Ojos azules en la noche cándida.
La víspera de Santa Inés
las muchachas vislumbran el semblante
de sus amores futuros,
encantamientos boreales bajo el árbol de navidad.
Agnes de Roma ha atisbado
el rostro del Hijo del Hombre y la columna,
el látigo, la tenaza,
el oficio de tinieblas que celebran
los depravados cónsules de la sorna,
el inmundo lupanar para quemar a Dios.

(Un tallo de lavanda ha perfumado
el cajón que cobijaba
las estampas de los mártires).

Hay un rincón en el huerto
para las azucenas tronchadas por la carne,
hay una nube de incienso que sube
como una cabellera o un himno.
Y no es inútil la pureza.

Tiemblan los rebaños, el hisopo
riega el vellón para tejer los palios,
el agua del Jordán está bañando la cabeza de mi hija.


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